lunes, 24 de agosto de 2015

LAS CREENCIAS RELIGIOSAS AYMARAS Y SU RELACIÓN CON EL CRISTIANISMO

 
Las creencias religiosas del pueblo aymara están en vinculadas en gran parte al cristianismo. En todos los elementos de su cosmovisión experimenta al Creador manifestándose en la historia. Es una religiosidad vinculada a su vida, historia y actividades diarias.
 
Al considerar su universo como una totalidad creada por Dios, lo sagrado es un dato irreductible, una realidad experiencial y vivida a través de lo psicológico. Es el encuentro con la “alteridad sorprendente”, el cara a cara con ese Otro que espanta.
 
El aymara expresa lo sagrado por medio de mitos, conceptos, acciones rituales y símbolos que ha ideado y organizado desde hace miles de años, y los expresa de manera personal, familiar y comunitaria.
 
La práctica religiosa tradicional de este pueblo es fruto de su propia experiencia ancestral-milenaria y de la influencia cristiana de la primera evangelización. Ambas tradiciones, después de encuentros y desencuentros, dieron lugar a una síntesis religiosa de cuño sincrético que, para unos, significa una nueva manera de vivir su religiosidad, mientras que para los otros es considerada como un conjunto de creencias que aún hay que cristianizar y purificar.
 
La experiencia ancestral tiene sus raíces en la concepción milenaria de Dios como “Padre y Creador del mundo”. Un Dios que va actuando y perfeccionando el universo en diferentes etapas. Así, según la mitología recogida por los cronistas, el mundo aymara habría experimentado tres pachas importantes en su formación y desarrollo, que han marcado profundamente su pensamiento y su práctica religiosa.
 
La edad del Taypi (que significa lugar céntrico, el centro, el comienzo) se refiere al Génesis, a la creación del mundo y de la humanidad, y evoca los tiempos de apogeo y esplendor de la cultura aymara. Dentro de esta etapa, Dios Creador asume el nombre de Tunupa (dios aymara celeste y purificador) y es el centro primordial, el Taypi del culto y de todas las manifestaciones religiosas. En efecto, la multitud de los cultos locales se hallan vinculados en primera instancia a ese espacio central. Hoy, dentro de la estructura de las viviendas aymaras, encontramos este lugar céntrico del culto denominado por su nombre original o por el de misa. Es el lugar privilegiado para las celebraciones más importantes del calendario litúrgico aymara.
 
En segundo lugar, la edad del Puruma. Etimológicamente, el término se refiere al lugar oscuro, de tinieblas, tiempos sin ley, terrenos desérticos o listos para barbechar. Recibe este nombre porque responde a la etapa de la situación crítica, al tiempo de caos, de divisiones internas, de luchas entre los señoríos y la inminente caída frente al Imperio Incaico. Bajo esta situación, el Dios Creador asume el nombre de Wiracocha, que significa imponente y/o omnipotente: “Ser supremo que está encima de todo ser humano y de la naturaleza”. El Imperio Inca no tendrá problemas de asumir esa conceptualización, pues le basta representarlo mediante el Inti (el sol), de quien se consideraban enviados.
 
La edad del Awqa, Pacha Kuti, se traduce como el “tiempo de las guerras”. Aunque se constata la existencia histórica de un período de intensos enfrentamientos entre grupos aymaras, el concepto va más allá. Significa el regreso del tiempo. Es una conceptualización sobre las relaciones entre dos elementos o dos grupos humanos a veces opuestos, a veces asociados. Es decir, dos posibles caminos: el encuentro y la alternancia expresados en los conceptos de Tinku y Kuti. El primero: un encuentro de contrarios en búsqueda de equilibrio e igualdad. El segundo: un deseo de volver al tiempo de la armonía, la superación del desencuentro y las posibilidades futuras. En síntesis, la utopía de espacios y tiempos nuevos (Pacha-kuti). Ese fue el nombre que se dio en esta tercera etapa al Dios Creador, aquel que restablecerá el desequilibrio causado en el Puruma y se constituirá como el Taypi, el centro de todo cambio.
 
En este proceso mítico e histórico, el aymara fue estructurando su religiosidad y organizando sus espacios y tiempos para la celebración de sus manifestaciones religiosas. Desde los inicios se reconoce a Dios como Creador de toda la naturaleza: de la tierra que produce y alimenta, del agua que da vida, del aire, etc., elementos que ayudan a la subsistencia del hombre. No tendrá dificultades en manifestar su fe y dirigirse a la divinidad por medio de esa naturaleza, representada por la tierra que denomina Pachamama. Es un Dios que también se manifiesta en el caos, en la crisis y en los conflictos naturales e históricos. Estas experiencias de desequilibrio le llevan a buscar protectores y seres (espíritus) tutelares que intercedan por el restablecimiento de la armonía entre los hombres y Dios. Hasta el día de hoy, estos son denominados Achachilas y Uywiris.
 
Esos espacios y tiempos permiten al aymara dar un matiz religioso a toda su vida. Toda actividad económica y social está enmarcada en creencias, ritos y fiestas, expresiones simbólicas de relación entre Dios y el hombre, así como de los hombres entre sí.
 
La conquista española y el empuje misionero trajeron la imposición de la religión cristiana y la destrucción de todas sus expresiones religiosas.
 
El pueblo indígena comenzó a escuchar la noticia del Evangelio en un momento en que su mundo estaba siendo destruido y cuando la misma derrota de los imperios amerindios indicaba que el poder tradicional se desmoronaba, incluyendo las creencias religiosas y su cosmovisión.
 
Los aymaras se convirtieron al catolicismo sin dejar de lado sus valores y sus manifestaciones religiosas heredadas de los antepasados. Lograron integrar en la práctica los distintos componentes de la experiencia de fe, por medio de un corpus religioso comprensible para ellos y cuyo contenido no pretendía contradecir la ortodoxia cristiana.
 
La evangelización iniciada con la conquista y continuada a lo largo de los siglos, prácticamente nunca tuvo como resultado que los aymaras se convirtiesen al cristianismo abjurando u olvidando su propias convicciones y prácticas religiosas. No pierden su propio rostro religioso. Más bien, asumen el cristianismo y lo hacen parte de su propia cultura, de su propia religiosidad.
 
En este proceso de aymarización del universo sobrenatural del cristianismo, la figura de DIOS Padre es prácticamente la única que no ha sido tocada: mantiene su status celestial y de poder sobre toda la creación.

Jesucristo está presente en la vida diaria y en la religiosidad aymara a través de la cruz. Es visto, ante todo, como el hombre que sufre en la cruz.
 
A menudo, su cruz tiene un significado mayor que su persona, debido a su uso como símbolo de destrucción del orden socio-económico y religioso de la cultura aymara durante la Colonia y como sustitución de los espacios sagrados. Esta cruz fue recuperando su imagen y sentido: aquella que llegó como aliada y amiga de los opresores, será reconocida como protectora, defensora y liberadora.
 
Podría ser que Jesús fuese considerado sólo como un patrono más de la comunidad y no reconocido como la segunda persona de la Santísima Trinidad -como sostienen autores no aymaras-. Sin embargo, este reconocimiento está implícito en la aceptación de Jesús como el hijo del Apu Qollana Awqui (Padre eterno).
 
El Espíritu Santo es considerado, de modo particular, como el espíritu vital de los productos agrarios, de ahí que la fiesta de Pentecostés sea el tiempo propicio para realizar los ritos de agradecimiento por las cosechas y la bendición de los productos agrícolas. Lo conocen como el Qollana Ajayu (Espíritu eterno).
 
Las imágenes de los santos que llegan como protectores de los conquistadores son utilizadas durante la Colonia para exigir sumisión. A cada santo se le atribuye un papel específico, que es ejercido en la vida de los humanos aquí en la tierra. Así, Santiago apóstol será el que hace justicia, protege de los rayos y truenos; san Juan Bautista, de la fertilidad y salud del ganado, etc. Entre los santos, la Virgen María ocupa un lugar especial. Ella es la patrona, la protectora particular de todo el mundo aymara; muchas veces es asociada con la Pachamama (Madre Tierra).

Estar en comunión y equilibrio con la comunidad sobrenatural cristiana es sumamente importante para el aymara. Descubre en la experiencia de la evangelización a su propio Dios Creador y milenario, presente en la historia y la vida humana.


 
 

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