Cuatro y medio siglos después de la conquista, los 8 ó 10 mil wirrarikas del occidente de México representan la única población de Mesoamérica cuyo universo ideológico aborigen ha permanecido básicamente inalterada por la influencia cristiana. Afirmar que los wirrarikas son los únicos en este respecto no es negar los componentes a menudo considerables de tradición prehispánica dentro del cuerpo de creencias sincréticas y rituales que constituyen lo que acertadamente ha sido llamado el “catolicismo folklorico” del México contemporáneo.
La diferencia es que solo entre los wirrarikas la cosmología, la mitología y el ritual alrededor de los cuales se resuelve la cosmovisión nativa son pre-europeos y, hasta cierto grado, aún anteriores a la agricultura. Los dioses y los seres divinos son fenómenos de la naturaleza deidificados: los espíritus de los antepasados, “dueños” o espíritus de animales o plantas, y de las fuerzas que gobiernan la fertilidad y el crecimiento, fuerzas personalizadas a las que se dirigen por medio por medio de términos rituales de parentesco.
La deidad principal de los wirrarikas es Tatewarí (ta- nuestro, tewarí-abuelo), a quien Lumholtz (1900-1902) llama “el abuelo fuego”. También hay un término genérico para fuego, tái, pero rara vez se usa, aún en los conceptos no ceremoniales.
Nuestro Abuelo, el Fuego es el primer mará'akamé (chamán) de los wirrarikas, quién en la antigüedad dirigió la primera cacería del peyote y que actúa también como deidad titular del individuo más importante de la cultura wixaritari, el mará'akamé. El compañero animal y ayudante de Tatewarí es Káuyúmarie el héroe cultural, la Sagrada Persona Venado, que es animal, humano y semidiós al mismo tiempo y que emerge en la cosmología wixaritari con Tamátsi Máxa Kwaxí, Hermano Mayor Cola de Venado. Se considera a Maxá Kwaxí una de las mayores deidades y en los contextos rituales se simbolizado por la cola de venado, mientras que Káuyúmarie es simbolizado por sus cuernos: juntos son uno y el mismo ser. Káuyúmarie-Máxa-Kwaxí es también el ser tutelar sobrenatural o espíritu ayudante, que auxilia al mará'akamé en la curación, durante la caza del peyote o en otras ocasiones ceremoniales.
Tatewarí (llamado en las narraciones simplemente Mará'akamé) hizo su aparición en un mundo antediluviano en el cual los animales, la gente, los seres divinos y deidades estaban indiferenciados unos con otros. Él fue creado por una `Apú, jefe chamán de los héwixi, un ser mitológico animal y persona que fue destruido en una gran inundación que cubrió el mundo. `Apú ocasionó que surgiera Tatewarí de la madera que lo contenía cuando frotó dos palitos (el fuego no había creado aún pero preexistía en la madera). En ese tiempo el fuego llegó a llamarse Nuestro Abuelo, “porque vino primero”. En el mito, uno de los animales-gente sugirió que el nuevo fenómeno, que por primera vez trajo calor y luz al mundo, se llamara Tái, pero fue rechazado por `Apú que decretó que se llamara Tatewarí.
En otro mito un grupo de deidades animales cuida celosamente del fuego, rehusando compartirlo con la gente-animal que está hambrienta (porque sin fuego no tienen con qué cocinar) y que deben pasar las noches frías en completa oscuridad. Con desesperación deciden intentar robar el fuego de sus guardianes. Cuatro intentos fallan y cada mensajero en turno es atrapado y golpeado. La zarigüella se ofrece voluntaria para el quinto intento (cinco es el número sagrado de los wirrarikas, significa totalidad añadiendo el centro, -arriba y abajo- a los cuatro puntos cardinales o vientos) y tiene éxito, empleando su cola larga y prensil para birlar las brasas ardientes que esconde en su bolsa. La Zarigüella se confía demasiado, sin embargo, se mofa de los guardianes mientras escapa trepando los cincos niveles del inframundo. En el último lo capturan y como sus predecesores es apaleada sin piedad. Como cita se añade el texto dictado por nuestro principal informante Ramón M.:
“Corrieron hacía ella. Treparon y la alcanzaron. La despedazaron en mil pedacitos. Le quitaron cuanto tenía en las manos. Se la volvieron a llevar. Y bajaron dejándola ahí. Allí estaba tirada, muerta.
Bueno, después de un rato reflexionó. Empieza a reflexionar en esto. Empieza a levantarse, a recoger sus pedacitos. De piel, de cabello, de corazón, de todo. De sandalias, de manos, de mollera, eso que es llamada la corona de la cabeza. De sesos, de todo. Puso todo otra vez en su lugar. Una vez que revivió se sintió mejor. Todo estaba muy bien. Se puso feliz. Y dijo: “Ah, ¿a poco se llevaron ese pedacito que me eché dentro de la bolsa. Ese pedacito que florecía de Tatewarí? ¿No se lo llevarían?”. Buscó. Ahí estaba el pedacito. Lo sacó y comenzó a soplarle -wiwiwiwiwiwí”.
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