El pajé era un personaje respetado entre sus pares. Conocedor profundo de la herboristería, tenía carácter de médico del cuerpo y del espíritu. Luego de la conquista se creía que era portador de poderes portentosos, capaces de inclusive de causar la muerte de alguna persona, de hablar con los espíritus de los muertos, de cambiar el curso de los ciclos de la naturaleza, de provocar o curar enfermedades.
A diferencia del cacique, cuyo poder era temporario, el pajé se imponía al grupo por si mismo. El consumo de hierbas y hongos de propiedades alucinógenas era utilizado por el pajé y generaba una atmósfera irreal que arrastraba a los integrantes de la comunidad a vivenciar experiencias semejantes a los de tipo místico.
La importancia atribuida al paje entre los Tupí-Guaraní era superlativa, pues estaba a cargo de las relaciones con el mundo sobrenatural. Aparte de otras actividades propias de su profesión, el paje era, principalmente, un medicine-man en el sentido clásico de la palabra. Esto responde a una condición primordial del paje: esta condición no era obtenida por cualquiera que quisiera serlo, sino que sólo podía tenerla quien ya hubiera nacido poseyendo ciertas habilidades, el paje devenía tal por inspiración y desde el vientre materno, y no debido a un entrenamiento especial o por pertenecer a un determinado estrato o círculo social.
Este es un aspecto interesante del chamán guaraní: su capacidad mágica viene junto con él desde el momento en que es parido, como una señal de que sus poderes pertenecen y proceden del mundo sobrenatural. También es una forma de asegurar que él mismo es una criatura sobrenatural, una condición existencial que le capacita para intervenir en los asuntos humanos que tienen que ver con las esferas ultramundanas.
Sin embargo, el consejo y la guía de otro paje anciano era parte del camino para llegar a ser un arandú, "hombre sabio", en todo el sentido del término. En las etapas tempranas de su vida como chamán, el discípulo era llamado paje mirí, y estaba destinado a pasar por un número de restricciones, dietas periódicas y purificaciones, entre otros ritos de passage. En ciertas tribus (los Pajaguá), si el novicio fallaba en estas pruebas se le mataba de inmediato – y, lo mismo si, por ejemplo, no tenía éxito en curar a un paciente -, sin duda porque se consideraba que era un fiasco o a que sus "poderes naturales" eran vistos como malignos o dañinos.
El paje hacía recurso de varios medios de comunicación con lo divino. Como se dijo antes, el mundo onírico era de gran importancia en este sentido, pero los sueños no eran el único o exclusivo modo de ponerse en contacto con los poderes espirituales. El chamán guaraní también realizaba una serie de rituales y ceremonias destinadas a tal fin, entre las que podemos señalar el canto (purahéi o guahú), la danza (jeroky) y el rezo (ñembo’e). Todas estas prácticas apuntaban a guiar al chamán a un estado de trance o éxtasis, lo que le garantizaba la entrada al "Otro Mundo", ya fuera para curar a un paciente o para contrarrestar un "daño" (paje vaí) producido por otro paje o un "mal espíritu".
Como puede verse, el chamán guaraní comparte mucho en común con sus colegas en otras partes del mundo y de todos los tiempos. Obviamente, era un herborista capaz, como usualmente lo suelen ser los chamanes en todos lados. El herbarium de la región paraguaya, por ejemplo, es pletórico en plantas útiles y eficaces que se emplean todavía en la actualidad en las áreas rurales, en tanto otras – igualmente conocidas por los chamanes nativos – hoy día están dando lugar a un creciente negocio alrededor del mundo, desde Japón hasta los EE.UU. de Norteamérica, pues se usa en la elaboración de pasta de dientes y las industrias medicinal, dietética y diabética. Nos referimos a la ka’a he’ê o "yerba dulce" [Stevia Rebaudiana bertoni, Eupatorieas], que es entre 300 y 400 veces más dulce que el azúcar y una sustancia natural que balancea el nivel de glucosa en la sangre.
El sistema político de los Tupí-guaraní era de naturaleza "teocrática" y el paje se encontraba en la cima de la escala social: conducía los tratos con el mundo sobrenatural y, por lo tanto, era el centro en torno al cual giraba la vida de los miembros de la comunidad. Sus tareas eran numerosas y fundamentales: era un relator de mitos, por los que mantenía viva la memoria cultural del grupo, y, por eso, era el sostén de la tradición y la ideología por la que la tribu mantenía su coherencia y unidad; era el médico que curaba a los heridos y enfermos, así como el profeta que anunciaba los eventos futuros y conocía el pasado que explicaba el presente. Pero su comportamiento estaba dictado por ciertas normas éticas establecidas in illo tempore por los míticos Grandes Dioses; de esta manera, su naturaleza todopoderosa estaba regulada por fuerzas superiores: las mismas que le daban nacimiento. Esta es la razón por la cual la tupã henói, o "invocación individual" a los dioses, era un atributo exclusiva del chamán, el mburuvichá o "jefe tribal, cacique", y los ancianos, los "que saben". El rezo personal de los chamanes usualmente era dirigido a las "deidades menores" del "panteón" guaraní o, en ciertos casos, a Tupã.
Uno de los mayores poderes del chamán guaraní procedía de sus negociaciones con los tupichúa o "espíritus de la naturaleza", quienes, al igual que los "espíritus de los muertos", estaban en contacto permanente con él. Éstos eran verdaderos "familiares" – en el sentido de las mascotas de las brujas de la Europa Clásica y Medieval -, que representaban el papel de poderosos asistentes que llevaban a cabo las misiones que les asignaba el chamán. Estos espíritus también eran invocados por medio de rezos, ya fuera para bien o para mal: para hacer lo primero, se entonaba un ñe’engara; para lo segundo, un purahéi vaí o ñembo’e vaí; para rechazar un daño, un mba’e pochý.
Debemos recordar que, para los Tupí-guaraní, el rezo era purahéi porque en su realización había un recitado de palabras, pero también había canto y danza, acompañados por músic, especialmente por sonidos producidos con instrumentos rítmicos; todos estos elementos eran parte de un acto único, una acción "holística", tanto en los rituales mágicos como en las festividades religiosas, al momento de la comunicación con lo divino. En el caso de los purahéi jeroký o festivales públicos y colectivos, los mismos eran realizados al aire libre, en el espacio central dejado entre el conjunto de viviendas de los habitantes de la villa, o en los llamados oga guasú, "casa grande", destinados a las ceremonias religiosas.
La más importante función del paje era su ejercicio del arte de la sanación; esta habilidad incrementaba su prestigio e influencia sobre los miembros de la tribu y era su éxito en esta área específica lo que le confería el título de paí guasú o "gran padre".
La ideología Tupí-guaraní sobre la salud y la enfermedad es un asunto interesante. No hay ninguna definición explícita de ninguno de los dos conceptos. Pero se reconoce que el ser humano puede vivir en un estado de bienestar, en la que está privado del sufrimiento, y que recibe el nombre de aguyje.
Esta noción refleja la idea del hombre como un ser maduro y perfecto, que B. Meliá definió como "las grandes virtudes del guaraní, por lo menos en sus expresiones modernas, son el ‘bienestar’ (lit., ‘buen ser’): teko porã; la ‘justicia’: teko joja [quizás mejor entendido como ‘armonía’ o ‘equilibrio’, al referir a un estado de existencia. N. del A.]; las ‘buenas palabras’: ñe’e porã; las ‘palabras correctas’: ñe’e joja; el ‘amor recíproco’; johayhú; LA ‘diligencia y disponibilidad’: kyre’y; la ‘paz’: py’a guapy; la ‘serenidad’; teko ñenboró’y; y un ser interior limpio y desprovisto de maldad; py’a potí. Estas formas y modos de ser no están propiamente referidos al comportamiento individual o íntimo, sino en la relación con los demás (...)".
Por lo tanto, parece ser que la salud es el resultado directo de la madurez, en el sentido de haber alcanzado un modo de vida armónico y equilibrado que se refleja en el comportamiento social y la relación con sus pares y la Naturaleza.
Los Tupí-guaraní relacionaban la enfermedad con tres causas principales; a saber:
Aquellas causadas por personas vivas malvadas, especialmente, otros chamanes, a los que se les llamaba paje vaí, "hombre sabio malo", así como también poroavykya, "mal chamán", o mba’aekuaa, "hacedores de mal, malhechores", entre otros términos usados según el grupo tribal. Usualmente, eran extranjeros a, o individuos retorcidos de, la (misma) comunidad, que eran capaces de introducir un "cuerpo extraño" en el de su víctima y que era el que generaba la enfermedad. Esto no sólo afectaba a la víctima del malhechor, sino que amenzaba el equilibrio y armonía social, pues en los casos de epidemia se producían riñas y peleas – a veces, mortales – entre los miembros de la tribu, con acusaciones recíprocas de brujería y cosas por el estilo.
Aquellas procedentes de la lucha interna entre el "alma animal" o "alma negativa" y el "alma divina" o "alma positiva" del propio individuo. El primero exacerbaba los bajos instintos del hombre, en tanto el segundo lo guiaba al cumplimiento de las reglas sociales, que, a su vez, se adscribían a normas éticas "divinas y superiores".
Aquellas producidas por los "espíritus" y otros seres sobrenaturales de la Naturaleza, los habitantes mismos del Otro Mundo. Estos pueden ser espíritus de muertos o de animales o similares. En algún caso, son capaces de invadir el cuerpo de una víctima o de introducir "cuerpos extraños" para provocar un daño. En general, "atacan de manera invisible, tomando la oportunidad de una circunstancial debilidad de sus almas (las de las personas), que se produce por una actitud piadosa débil", como afirma B. Meliá.
Como habrá sido notado por el lector, las enfermedades eran – y como lo siguen considerando hoy día en las zonas rurales – vistas como una pérdida de la armonía y la caída en un estado de perturbación, conflicto o lucha, ya fuera en lo personal o lo público. El desequilibrio se produce por medio de la introducción de "cuerpos extraños" en el cuerpo de la víctima, que usualmente se consideran de consistencia material. Existen muchos testimonios, desde tiempos precolombinos hasta la actualidad, acerca de expulsión de piedras, granos, "bichos", e incluso llamas de fuego de los cuerpos de los pacientes, luego de un exorcismo, y no sólo en aquellos casos realizados por un representante de la Iglesia Católica Apostólica Romana, sino principalmente en los que son transmitidos por fuentes nativas y rurales y por relatos orales tradicionales.
Las capacidades de sanación del paje provienen del trasfondo mitológico de los Tupí-guaraní. La mayoría de las actividades del chamán están destinadas a expulsar a la entidad posesiva que controla al paciente, y, al mismo tiempo, a neutralizarla, a fin de prevenir que siga produciendo mayores daños. Y lo que determina el triunfo o la derrota del chamán, es la lucha entre los buenos y malos "espíritus" que actúan como los verdaderos protagonistas del enfrentamiento a vida o muerte.
Los mitos proveen el conocimiento necesario sobre la esencia de la enfermedad, de las fuerzas demoníacas activas que están detrás de los efectos físicos o psicológicos manifestados por el enfermo, y que es de donde procede el poder y la asistencia apropiada que se necesita para ayudar al paje en su combate contra aquellas.
Cualquier acción realizada para sanar a la víctima requiere la terapia adecuada: el paje entona su peculiar y privativo canto acompañado al ritmo de la mbaraka, una suerte de maraca, mientras invoca a sus "espíritus familiares" particulares, que le asistirán en su lucha contra el mal; es solamente después que entra en sueños para hablar con los habitantes de la "realidad aparte", como gustó en llamarle Carlos Castaneda.
Pero, como dijimos antes, no todo es simplemente soñar. Una vez que despierta de esa duermevela, retorna a su paciente y comienza a poner en práctica una serie de operaciones destinadas a extraer y expulsar al invasor. Estas operaciones, básicamente, son las siguientes:
Cura por succión: el chamán chupa la región del cuerpo en donde se supone que las entidades intrusas se encuentran ubicadas. Sus poderes le protegen de ser contaminado por ellas.
Cura por soplo: el paje sopla sobre la víctima y, de esta manera, introduce en su cuerpo una fuerza mágica que pone fin a la causa de la enfermedad. Puede soplar sobre las partes afectadas del cuerpo o sobre la cabeza, que es el lugar por el cual los intrusos entran para tomar posesión del cuerpo vivo.
Cura por rezo: solamente se recurre a ella en casos severos y cada chamán tiene sus propias e intransferibles oraciones con las que invoca la presencia de "familiares" muy poderosos y temibles.
Cura por hierbas: el paje conoce y usa un amplio espectro de especies vegetales, así como otras sustancias del mundo natural, a fin de preparar la medicación correcta y eficaz con que restaurar la salud del paciente y derrotar a la enfermedad. (*)
La importancia atribuida al paje entre los Tupí-Guaraní era superlativa, pues estaba a cargo de las relaciones con el mundo sobrenatural. Aparte de otras actividades propias de su profesión, el paje era, principalmente, un medicine-man en el sentido clásico de la palabra. Esto responde a una condición primordial del paje: esta condición no era obtenida por cualquiera que quisiera serlo, sino que sólo podía tenerla quien ya hubiera nacido poseyendo ciertas habilidades, el paje devenía tal por inspiración y desde el vientre materno, y no debido a un entrenamiento especial o por pertenecer a un determinado estrato o círculo social.
Este es un aspecto interesante del chamán guaraní: su capacidad mágica viene junto con él desde el momento en que es parido, como una señal de que sus poderes pertenecen y proceden del mundo sobrenatural. También es una forma de asegurar que él mismo es una criatura sobrenatural, una condición existencial que le capacita para intervenir en los asuntos humanos que tienen que ver con las esferas ultramundanas.
Sin embargo, el consejo y la guía de otro paje anciano era parte del camino para llegar a ser un arandú, "hombre sabio", en todo el sentido del término. En las etapas tempranas de su vida como chamán, el discípulo era llamado paje mirí, y estaba destinado a pasar por un número de restricciones, dietas periódicas y purificaciones, entre otros ritos de passage. En ciertas tribus (los Pajaguá), si el novicio fallaba en estas pruebas se le mataba de inmediato – y, lo mismo si, por ejemplo, no tenía éxito en curar a un paciente -, sin duda porque se consideraba que era un fiasco o a que sus "poderes naturales" eran vistos como malignos o dañinos.
El paje hacía recurso de varios medios de comunicación con lo divino. Como se dijo antes, el mundo onírico era de gran importancia en este sentido, pero los sueños no eran el único o exclusivo modo de ponerse en contacto con los poderes espirituales. El chamán guaraní también realizaba una serie de rituales y ceremonias destinadas a tal fin, entre las que podemos señalar el canto (purahéi o guahú), la danza (jeroky) y el rezo (ñembo’e). Todas estas prácticas apuntaban a guiar al chamán a un estado de trance o éxtasis, lo que le garantizaba la entrada al "Otro Mundo", ya fuera para curar a un paciente o para contrarrestar un "daño" (paje vaí) producido por otro paje o un "mal espíritu".
Como puede verse, el chamán guaraní comparte mucho en común con sus colegas en otras partes del mundo y de todos los tiempos. Obviamente, era un herborista capaz, como usualmente lo suelen ser los chamanes en todos lados. El herbarium de la región paraguaya, por ejemplo, es pletórico en plantas útiles y eficaces que se emplean todavía en la actualidad en las áreas rurales, en tanto otras – igualmente conocidas por los chamanes nativos – hoy día están dando lugar a un creciente negocio alrededor del mundo, desde Japón hasta los EE.UU. de Norteamérica, pues se usa en la elaboración de pasta de dientes y las industrias medicinal, dietética y diabética. Nos referimos a la ka’a he’ê o "yerba dulce" [Stevia Rebaudiana bertoni, Eupatorieas], que es entre 300 y 400 veces más dulce que el azúcar y una sustancia natural que balancea el nivel de glucosa en la sangre.
El sistema político de los Tupí-guaraní era de naturaleza "teocrática" y el paje se encontraba en la cima de la escala social: conducía los tratos con el mundo sobrenatural y, por lo tanto, era el centro en torno al cual giraba la vida de los miembros de la comunidad. Sus tareas eran numerosas y fundamentales: era un relator de mitos, por los que mantenía viva la memoria cultural del grupo, y, por eso, era el sostén de la tradición y la ideología por la que la tribu mantenía su coherencia y unidad; era el médico que curaba a los heridos y enfermos, así como el profeta que anunciaba los eventos futuros y conocía el pasado que explicaba el presente. Pero su comportamiento estaba dictado por ciertas normas éticas establecidas in illo tempore por los míticos Grandes Dioses; de esta manera, su naturaleza todopoderosa estaba regulada por fuerzas superiores: las mismas que le daban nacimiento. Esta es la razón por la cual la tupã henói, o "invocación individual" a los dioses, era un atributo exclusiva del chamán, el mburuvichá o "jefe tribal, cacique", y los ancianos, los "que saben". El rezo personal de los chamanes usualmente era dirigido a las "deidades menores" del "panteón" guaraní o, en ciertos casos, a Tupã.
Uno de los mayores poderes del chamán guaraní procedía de sus negociaciones con los tupichúa o "espíritus de la naturaleza", quienes, al igual que los "espíritus de los muertos", estaban en contacto permanente con él. Éstos eran verdaderos "familiares" – en el sentido de las mascotas de las brujas de la Europa Clásica y Medieval -, que representaban el papel de poderosos asistentes que llevaban a cabo las misiones que les asignaba el chamán. Estos espíritus también eran invocados por medio de rezos, ya fuera para bien o para mal: para hacer lo primero, se entonaba un ñe’engara; para lo segundo, un purahéi vaí o ñembo’e vaí; para rechazar un daño, un mba’e pochý.
Debemos recordar que, para los Tupí-guaraní, el rezo era purahéi porque en su realización había un recitado de palabras, pero también había canto y danza, acompañados por músic, especialmente por sonidos producidos con instrumentos rítmicos; todos estos elementos eran parte de un acto único, una acción "holística", tanto en los rituales mágicos como en las festividades religiosas, al momento de la comunicación con lo divino. En el caso de los purahéi jeroký o festivales públicos y colectivos, los mismos eran realizados al aire libre, en el espacio central dejado entre el conjunto de viviendas de los habitantes de la villa, o en los llamados oga guasú, "casa grande", destinados a las ceremonias religiosas.
La más importante función del paje era su ejercicio del arte de la sanación; esta habilidad incrementaba su prestigio e influencia sobre los miembros de la tribu y era su éxito en esta área específica lo que le confería el título de paí guasú o "gran padre".
La ideología Tupí-guaraní sobre la salud y la enfermedad es un asunto interesante. No hay ninguna definición explícita de ninguno de los dos conceptos. Pero se reconoce que el ser humano puede vivir en un estado de bienestar, en la que está privado del sufrimiento, y que recibe el nombre de aguyje.
Esta noción refleja la idea del hombre como un ser maduro y perfecto, que B. Meliá definió como "las grandes virtudes del guaraní, por lo menos en sus expresiones modernas, son el ‘bienestar’ (lit., ‘buen ser’): teko porã; la ‘justicia’: teko joja [quizás mejor entendido como ‘armonía’ o ‘equilibrio’, al referir a un estado de existencia. N. del A.]; las ‘buenas palabras’: ñe’e porã; las ‘palabras correctas’: ñe’e joja; el ‘amor recíproco’; johayhú; LA ‘diligencia y disponibilidad’: kyre’y; la ‘paz’: py’a guapy; la ‘serenidad’; teko ñenboró’y; y un ser interior limpio y desprovisto de maldad; py’a potí. Estas formas y modos de ser no están propiamente referidos al comportamiento individual o íntimo, sino en la relación con los demás (...)".
Por lo tanto, parece ser que la salud es el resultado directo de la madurez, en el sentido de haber alcanzado un modo de vida armónico y equilibrado que se refleja en el comportamiento social y la relación con sus pares y la Naturaleza.
Los Tupí-guaraní relacionaban la enfermedad con tres causas principales; a saber:
Aquellas causadas por personas vivas malvadas, especialmente, otros chamanes, a los que se les llamaba paje vaí, "hombre sabio malo", así como también poroavykya, "mal chamán", o mba’aekuaa, "hacedores de mal, malhechores", entre otros términos usados según el grupo tribal. Usualmente, eran extranjeros a, o individuos retorcidos de, la (misma) comunidad, que eran capaces de introducir un "cuerpo extraño" en el de su víctima y que era el que generaba la enfermedad. Esto no sólo afectaba a la víctima del malhechor, sino que amenzaba el equilibrio y armonía social, pues en los casos de epidemia se producían riñas y peleas – a veces, mortales – entre los miembros de la tribu, con acusaciones recíprocas de brujería y cosas por el estilo.
Aquellas procedentes de la lucha interna entre el "alma animal" o "alma negativa" y el "alma divina" o "alma positiva" del propio individuo. El primero exacerbaba los bajos instintos del hombre, en tanto el segundo lo guiaba al cumplimiento de las reglas sociales, que, a su vez, se adscribían a normas éticas "divinas y superiores".
Aquellas producidas por los "espíritus" y otros seres sobrenaturales de la Naturaleza, los habitantes mismos del Otro Mundo. Estos pueden ser espíritus de muertos o de animales o similares. En algún caso, son capaces de invadir el cuerpo de una víctima o de introducir "cuerpos extraños" para provocar un daño. En general, "atacan de manera invisible, tomando la oportunidad de una circunstancial debilidad de sus almas (las de las personas), que se produce por una actitud piadosa débil", como afirma B. Meliá.
Como habrá sido notado por el lector, las enfermedades eran – y como lo siguen considerando hoy día en las zonas rurales – vistas como una pérdida de la armonía y la caída en un estado de perturbación, conflicto o lucha, ya fuera en lo personal o lo público. El desequilibrio se produce por medio de la introducción de "cuerpos extraños" en el cuerpo de la víctima, que usualmente se consideran de consistencia material. Existen muchos testimonios, desde tiempos precolombinos hasta la actualidad, acerca de expulsión de piedras, granos, "bichos", e incluso llamas de fuego de los cuerpos de los pacientes, luego de un exorcismo, y no sólo en aquellos casos realizados por un representante de la Iglesia Católica Apostólica Romana, sino principalmente en los que son transmitidos por fuentes nativas y rurales y por relatos orales tradicionales.
Las capacidades de sanación del paje provienen del trasfondo mitológico de los Tupí-guaraní. La mayoría de las actividades del chamán están destinadas a expulsar a la entidad posesiva que controla al paciente, y, al mismo tiempo, a neutralizarla, a fin de prevenir que siga produciendo mayores daños. Y lo que determina el triunfo o la derrota del chamán, es la lucha entre los buenos y malos "espíritus" que actúan como los verdaderos protagonistas del enfrentamiento a vida o muerte.
Los mitos proveen el conocimiento necesario sobre la esencia de la enfermedad, de las fuerzas demoníacas activas que están detrás de los efectos físicos o psicológicos manifestados por el enfermo, y que es de donde procede el poder y la asistencia apropiada que se necesita para ayudar al paje en su combate contra aquellas.
Cualquier acción realizada para sanar a la víctima requiere la terapia adecuada: el paje entona su peculiar y privativo canto acompañado al ritmo de la mbaraka, una suerte de maraca, mientras invoca a sus "espíritus familiares" particulares, que le asistirán en su lucha contra el mal; es solamente después que entra en sueños para hablar con los habitantes de la "realidad aparte", como gustó en llamarle Carlos Castaneda.
Pero, como dijimos antes, no todo es simplemente soñar. Una vez que despierta de esa duermevela, retorna a su paciente y comienza a poner en práctica una serie de operaciones destinadas a extraer y expulsar al invasor. Estas operaciones, básicamente, son las siguientes:
Cura por succión: el chamán chupa la región del cuerpo en donde se supone que las entidades intrusas se encuentran ubicadas. Sus poderes le protegen de ser contaminado por ellas.
Cura por soplo: el paje sopla sobre la víctima y, de esta manera, introduce en su cuerpo una fuerza mágica que pone fin a la causa de la enfermedad. Puede soplar sobre las partes afectadas del cuerpo o sobre la cabeza, que es el lugar por el cual los intrusos entran para tomar posesión del cuerpo vivo.
Cura por rezo: solamente se recurre a ella en casos severos y cada chamán tiene sus propias e intransferibles oraciones con las que invoca la presencia de "familiares" muy poderosos y temibles.
Cura por hierbas: el paje conoce y usa un amplio espectro de especies vegetales, así como otras sustancias del mundo natural, a fin de preparar la medicación correcta y eficaz con que restaurar la salud del paciente y derrotar a la enfermedad. (*)
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