La Danza del Antílope se presenta al ponerse el Sol el día de la Carrera del Antílope; y la Danza de la Serpiente al otro día, después de la Carrera de la Serpiente. Las dos danzas, al igual que las carreras, son semejantes, a excepción del hecho de que para la del Antílope se usan las enredaderas de chayote, melón y frijol. Las serpientes sólo participan en la Danza final de la Serpiente.
La primera cuenta con pocos espectadores. Algunos hopis incluso hacen referencia a ella como nátwanta, una "danza de ensayo". No obstante, al igual que todos los rituales anteriores, tiene su propósito y fija el patrón que la Danza de la Serpiente debe seguir. Los Antílopes producen el sonido de truenos al correr, cuya vibración incita a las nubes a salir de sus templos. Por lo tanto, la Danza del Antílope atrae las nubes. La serpiente toro tiene el poder de extraer la vida y la lluvia de las nubes, y es por eso que la Danza de la Serpiente del otro día trae la lluvia.
En Oraibi el foco de atención solía concentrarse en la siempre significativa típkyavi [matriz], la plaza frente a la kiva de la serpiente que contiene el sipápuni, el pequeño agujero simbólico del Sitio de la Salida del inframundo. Se recordará que durante Powamu los kachinas Eototo y Áholi vertieron agua sobre el de las vasijas en sus mongkos a fin de purificar las rutas de Salida del ser humano de todas las etapas sucesivas de su existencia evolutiva.
En HotevilIa y otros pueblos, se excava un pequeño sipápuni semejante en la plaza abierta. Encima se coloca una tabla de álamo que sirve como tabla de resonancia o pochta. Atrás se construye el kísi [casa de sombra], un emparrado de ramas verdes de álamo cuya abertura es tapada con una cobija o tira de lona. Al comenzar la tarde del decimosexto día, el gran día de la célebre Danza de la Serpiente, se introducen ahí todas las serpientes de la kiva.
Empieza a llegar la muchedumbre para presenciar el espectáculo: visitantes de la ciudad que están de vacaciones en los ranchos, niños y niñas de campamentos y escuelas de verano, turistas de todo el mundo, funcionarios de la Agencia para Indios del gobierno, indios pueblos del río Grande, muchos zufiis y multitudes de navajos. Todos se apifian en la polvorienta placita de Hotevilla, se pelean por el espacio en las azoteas planas de los hopis, llenan las terrazas y las puertas. Todos se asan y sudan bajo el sol deslumbrante y las bochornosas nubes que están acumulándose en el horizonte.
Aguardan con paciencia, hora tras hora, para ver bailar a los indígenas con serpientes vivas en las bocas.
Mientras tanto, los participantes se preparan en las kivas. Los miembros de la kiva de la Serpiente pintan la mayor parte de sus cuerpos con una mezcla de suta [mineral rojo] y yalaha [mineral intensamente rojo]. Un gran oval sobre el pecho y los hombros es pintado de blanco con tuma [arcilla blanca]. También se utiliza el blanco para dibujar una franja en la parte superior de la frente y sobre la garganta. El resto de la cara es teñido de negro con monha. Cada participante viste una falda café rojiza decorada en negro con el dibujo de una serpiente, y mocasines pardos con flecos. Conchas marinas están cosidas sobre ambas prendas.
Los miembros de la kiva del Antílope, a su vez, se pintan color gris cenizo. Blancas líneas serpenteantes les cruzan los pechos hasta los hombros y recorren sus brazos hasta los dedos, así como el frente de sus piernas hasta los dedos gordos de los pies. La sonaja llevada por cada uno consiste en una calabaza cubierta con la piel del testículo de un antílope.
Cada uno porta una falda blanca y una faja bordada. Como toque final, el mentón es delineado con una línea blanca de oreja a oreja.
Ya son pasadas las cuatro de la tarde y la muchedumbre apifiada en la plaza empieza a inquietarse. Ha surgido un viento que barre nubes de arena y polvo sobre las azoteas. Una niña deambula hasta ellúsi y muestra la intención de entrar en él. Uno se estremece al pensar que tambaleándose se meta entre la masa de serpientes que se retuercen ahí dentro, pero nadie grita una advertencia. Quizá no se den cuenta del contenido de ellúsi.
Con gran tranquilidad se acerca un anciano hopi, la toma de la mano y se la lleva.
Mientras tanto, algo más importante está sucediendo en otra parte. Oso Blanco y yo lo observamos desde una azotea, donde estamos apretados dentro de una masa de navajos. El tórrido sol de agosto ha desaparecido y el viento impulsa un rebaño de sombrías nubes negras hacia el norte por la línea del horizonte. Otros hopis también las observan, con expresiones preocupadas sobre sus plácidos rostros. El verano ha sido de sequías y desesperación. Niman Kachina no produjo lluvias. Por alguna razón la ceremonia fue ejecutada indebidamente en algunos pueblos. En otros, una danza diferente sustituyó la Danza de la Vuelta a Casa.
La ceremonia de la Flauta tampoco trajo lluvias. El crecimiento del maíz se ha atrofiado en los campos. El viejo cacique Tauákwaptiwa murió en abril y aún no se nombra a un sucesor. Una corriente baja de conflictos y malestar se percibe en todos los pueblos. La ceremonia de la Serpiente y del Antílope constituye la última esperanza. Siempre ha resultado en lluvias. De esta manera, tanto arriba como abajo, el cielo refleja esta lucha entre el Bien y el Mal.
Mientras la muchedumbre, que ahora tiembla del frío, se inquieta por la larga espera, los hopis observan pacientemente el ritmo cada vez más veloz de la batalla.
Se produce una intensa ráfaga de viento con escasas gotas de lluvia, duras y frías como granos de hielo. Oso Blanco se abre paulatinamente camino entre las apretadas filas de los navajos, desciende la escalera y se dirige hacia el coche. En una calle angosta escucha hablar a un grupo de hopis mayores. Todos miran hacia arriba. Las nubes negras de la tormenta son impulsadas hacia el norte y pasan de largo. No empieza a llover.
En cambio, el cielo oscurece aún más y el aire se enfría. Oso Blanco regresa con un abrigo, para que me lo ponga encima de la delgada camisa. Los navajos comienzan a oler, tan apiñados estamos. No obstante, permanecemos sentados en silencio, viendo cómo las nubes de la tormenta doblan hacia el oeste sobre el desierto.
De golpe penetran en la plaza las dos hileras constituidas por sendos 12 hombres, como un par de palos de oración para cada una de las seis direcciones; los Antílopes, color gris cenizo y blancos; las Serpientes, de café rojizo y negro. La apariencia del jefe Serpiente caracteriza la sombría escena. Su constitución pesada y fuerte y largos brazos, el cabello negro y suelto que le cuelga hasta los poderosos hombros, le dan cierto aire neolítico.
Al término de la fila sigue un niño pequeño. En silencio dan cuatro vueltas a la plaza, en un silencio extraño acentuado por el ligero entrechocar de las calabazas y las conchas marinas. Al pasar cada uno frente al kísi se inclina y da un fuerte pisotón sobre la pochta, la tabla de resonancia que cubre el sipápuni, con el pie derecho. Enmedio del silencio espeso y sombrío, cada pisotón sordo y resonante parece imitar un débil rugido debajo de la tierra que es reiterado un momento después, como los truenos emitidos desde las lejanas nubes de la tormenta.
Es el momento del misterio supremo de la Danza de la Serpiente, la culminación taumatúrgica de la ceremonia de la Serpiente y el Antílope.
En ningún otro lugar es posible escuchar un sonido tan profundo y poderoso.
Indica a los de abajo que los de arriba están cumpliendo debidamente con la ceremonia. Despierta los centros vibratorios en las entrañas de la Tierra, que repiten la misma vibración a lo largo del eje del mundo.
Lleva hasta los cuatro rincones del mundo, para el hermano blanco perdido desde hace tanto tiempo, el mensaje de que no ha sido olvidado y de que debe venir. No es posible confundir su llamado esotérico. Es el llamado obligatorio dirigido a la fuerza creativa de la vida, conocida en otras partes como Kundalini; enroscada, latente, como una serpiente en los centros más bajos de los cuerpos duales de la Tierra y el ser humano, para que despierte y ascienda al trono de su Señor a fin de llevar a cabo la consumación de su matrimonio místico.
El poder.
El poder asciende. Es posible percibirlo en los Antílopes colocados ahora en una larga fila a partir del kísi. Se mecen ligeramente a la izquierda y a derecha, como serpientes, cantando suavemente, y agitan sus calabazas cubiertas con la piel del testículo del antílope al subir lentamente el poder.
Entonces sus cuerpos se enderezan y alzan las voces.
En el mismo momento el jefe Serpiente se agacha frente al kísi. Al volver a incorporarse tiene una serpiente en la boca.
La sujeta entre los dientes con suavidad y firmeza, justo debajo de la cabeza. Con la mano izquierda sostiene la parte superior del cuerpo de la serpiente a la altura del pecho; y la parte inferior en la cintura, con la mano derecha, lo cual es la forma correcta de sujetar una serpiente durante la danza. De inmediato se acerca otro sacerdote Serpiente con un kwáuiki o látigo emplumado de serpiente en la mano derecha, con el que roza la serpiente. Por lo común se le conoce como guía, pues tiene el deber de conducir al bailarín en un círculo alrededor de la plaza. Conforme se alejan del kísi otro bailarín y su guía se detienen para seleccionar una serpiente, y así sucesivamente, hasta que incluso el niño del final baila por primera vez con una serpiente en la boca. Es una gran serpiente de cascabel. La cabeza plana, con aspecto de ave, está apretada contra la mejilla del niño. Todos ponen de manifiesto la misma facilidad relajada al tratar las serpientes como mostraron en la danza con las enredaderas de chayote el día anterior.
Después de recorrer toda la plaza, el bailarín se saca la serpiente de la boca y la coloca suavemente en el piso. Entonces él y su guía acuden al kísi para tomar otra serpiente. Un tercer hombre, el recogedor de serpientes, se acerca al animal suelto, enroscado y listo para atacar. El recogedor lo observa cuidadosamente y no se mueve hasta que la serpiente se desenrosca y rápidamente comienza a cruzar la plaza. Entonces la recoge con gran habilidad, la levanta al aire para mostrar que no ha escapado entre la multitud y la entrega a uno de los Antílopes que cantan en su larga fila. El Antílope alisa el cuerpo ondulante con la mano derecha y sigue cantando.
Así continúa la danza, produciendo una especie de hechizo hipnótico en la tarde cada vez más oscura. No se desprende una emoción espectacular de estos hombres que bailan con serpientes en las bocas. Solo se percibe una curiosa dignidad que revela cuán profundamente están sumergidos en el misterio. Una extraña sensación de poder parece abrazarlos.
Con sonido leve y raro, las conchas marinas llaman a la madre agua para que venga a nutrir la tierra. La canción de los Antílopes describe las nubes que se acercan de las cuatro direcciones y la lluvia al caer. Todos los hopis saben que si no llueve durante la Danza de la Vuelta a Casa de Niman Kachina, la precipitación se producirá con la Danza de la Serpiente. Ha sido consumada la unión de las dos polaridades universales, la liberación de la lluvia mística que alimenta todos los centros psíquicos del cuerpo y renueva el flujo de la vida tanto en el ser humano como en la tierra.
Ha caído el crepúsculo. Terminó la batalla entre los elementos y el cielo está cubierto con nubes bajas. Unas cuantas gotas de lluvia caen de ellas.
Es suficiente.
Acabaron de bailar con las últimas serpientes y un grupo de mujeres está dibujando un círculo de harina de maíz al lado del kísi.
Los Antílopes traen sus brazadas de serpientes y las depositan dentro del Círculo.
Rápidamente los Serpientes recogen todos los animales que pueden cargar y los sacan al desierto, hacia el oeste, el sur, el este y el norte. Ahí son bendecidos nuevamente y liberados para llevar a los cuatro rincones de la Tierra el mensaje de la renovación de toda vida, pues se sabe que las serpientes migran sobre la tierra.
Al volver los hombres cada uno bebe un tazón con un fuerte vomitivo llamado nanáyii'ya. A continuación se colocan en el borde del despeñadero para vomitar. De otro modo, sus vientres se hincharían hasta reventar con el poder, como las nubes. Las mujeres les ayudan a limpiar la pintura de sus cuerpos, y luego vuelven a la kiva para la purificación.
La ceremonia de la Serpiente y el Antílope es la última ceremonia importante en el ciclo anual que comenzó con Wúwuchim, Soyál y Powamu y siguió con Niman Kachina y la ceremonia de la Flauta. Es una ceremonia importante y sutil. Mientras que las primeras tres simbolizan las tres fases de la Creación y las siguientes dos ejecutan de alguna manera el progreso evolutivo sobre el Camino de la Vida, la ceremonia de la Serpiente y el Antílope atraviesa el pasado hasta el presente siempre vivo, y su escenario no es el universo externo sino el cosmos subjetivo de la psique del propio ser humano. Cualesquiera que sean sus significados, y hay muchos para cada uno de los estudiosos, muestra cómo es posible controlar el juego de las fuerzas universales dentro del ser humano y cómo manifestarlo en el mundo físico. El hecho de que esto se haya logrado dentro del marco de algo que suele considerarse como un rito primitivo y animista representa una gran hazaña.
La primera cuenta con pocos espectadores. Algunos hopis incluso hacen referencia a ella como nátwanta, una "danza de ensayo". No obstante, al igual que todos los rituales anteriores, tiene su propósito y fija el patrón que la Danza de la Serpiente debe seguir. Los Antílopes producen el sonido de truenos al correr, cuya vibración incita a las nubes a salir de sus templos. Por lo tanto, la Danza del Antílope atrae las nubes. La serpiente toro tiene el poder de extraer la vida y la lluvia de las nubes, y es por eso que la Danza de la Serpiente del otro día trae la lluvia.
En Oraibi el foco de atención solía concentrarse en la siempre significativa típkyavi [matriz], la plaza frente a la kiva de la serpiente que contiene el sipápuni, el pequeño agujero simbólico del Sitio de la Salida del inframundo. Se recordará que durante Powamu los kachinas Eototo y Áholi vertieron agua sobre el de las vasijas en sus mongkos a fin de purificar las rutas de Salida del ser humano de todas las etapas sucesivas de su existencia evolutiva.
En HotevilIa y otros pueblos, se excava un pequeño sipápuni semejante en la plaza abierta. Encima se coloca una tabla de álamo que sirve como tabla de resonancia o pochta. Atrás se construye el kísi [casa de sombra], un emparrado de ramas verdes de álamo cuya abertura es tapada con una cobija o tira de lona. Al comenzar la tarde del decimosexto día, el gran día de la célebre Danza de la Serpiente, se introducen ahí todas las serpientes de la kiva.
Empieza a llegar la muchedumbre para presenciar el espectáculo: visitantes de la ciudad que están de vacaciones en los ranchos, niños y niñas de campamentos y escuelas de verano, turistas de todo el mundo, funcionarios de la Agencia para Indios del gobierno, indios pueblos del río Grande, muchos zufiis y multitudes de navajos. Todos se apifian en la polvorienta placita de Hotevilla, se pelean por el espacio en las azoteas planas de los hopis, llenan las terrazas y las puertas. Todos se asan y sudan bajo el sol deslumbrante y las bochornosas nubes que están acumulándose en el horizonte.
Aguardan con paciencia, hora tras hora, para ver bailar a los indígenas con serpientes vivas en las bocas.
Mientras tanto, los participantes se preparan en las kivas. Los miembros de la kiva de la Serpiente pintan la mayor parte de sus cuerpos con una mezcla de suta [mineral rojo] y yalaha [mineral intensamente rojo]. Un gran oval sobre el pecho y los hombros es pintado de blanco con tuma [arcilla blanca]. También se utiliza el blanco para dibujar una franja en la parte superior de la frente y sobre la garganta. El resto de la cara es teñido de negro con monha. Cada participante viste una falda café rojiza decorada en negro con el dibujo de una serpiente, y mocasines pardos con flecos. Conchas marinas están cosidas sobre ambas prendas.
Los miembros de la kiva del Antílope, a su vez, se pintan color gris cenizo. Blancas líneas serpenteantes les cruzan los pechos hasta los hombros y recorren sus brazos hasta los dedos, así como el frente de sus piernas hasta los dedos gordos de los pies. La sonaja llevada por cada uno consiste en una calabaza cubierta con la piel del testículo de un antílope.
Cada uno porta una falda blanca y una faja bordada. Como toque final, el mentón es delineado con una línea blanca de oreja a oreja.
Ya son pasadas las cuatro de la tarde y la muchedumbre apifiada en la plaza empieza a inquietarse. Ha surgido un viento que barre nubes de arena y polvo sobre las azoteas. Una niña deambula hasta ellúsi y muestra la intención de entrar en él. Uno se estremece al pensar que tambaleándose se meta entre la masa de serpientes que se retuercen ahí dentro, pero nadie grita una advertencia. Quizá no se den cuenta del contenido de ellúsi.
Con gran tranquilidad se acerca un anciano hopi, la toma de la mano y se la lleva.
Mientras tanto, algo más importante está sucediendo en otra parte. Oso Blanco y yo lo observamos desde una azotea, donde estamos apretados dentro de una masa de navajos. El tórrido sol de agosto ha desaparecido y el viento impulsa un rebaño de sombrías nubes negras hacia el norte por la línea del horizonte. Otros hopis también las observan, con expresiones preocupadas sobre sus plácidos rostros. El verano ha sido de sequías y desesperación. Niman Kachina no produjo lluvias. Por alguna razón la ceremonia fue ejecutada indebidamente en algunos pueblos. En otros, una danza diferente sustituyó la Danza de la Vuelta a Casa.
La ceremonia de la Flauta tampoco trajo lluvias. El crecimiento del maíz se ha atrofiado en los campos. El viejo cacique Tauákwaptiwa murió en abril y aún no se nombra a un sucesor. Una corriente baja de conflictos y malestar se percibe en todos los pueblos. La ceremonia de la Serpiente y del Antílope constituye la última esperanza. Siempre ha resultado en lluvias. De esta manera, tanto arriba como abajo, el cielo refleja esta lucha entre el Bien y el Mal.
Mientras la muchedumbre, que ahora tiembla del frío, se inquieta por la larga espera, los hopis observan pacientemente el ritmo cada vez más veloz de la batalla.
Se produce una intensa ráfaga de viento con escasas gotas de lluvia, duras y frías como granos de hielo. Oso Blanco se abre paulatinamente camino entre las apretadas filas de los navajos, desciende la escalera y se dirige hacia el coche. En una calle angosta escucha hablar a un grupo de hopis mayores. Todos miran hacia arriba. Las nubes negras de la tormenta son impulsadas hacia el norte y pasan de largo. No empieza a llover.
En cambio, el cielo oscurece aún más y el aire se enfría. Oso Blanco regresa con un abrigo, para que me lo ponga encima de la delgada camisa. Los navajos comienzan a oler, tan apiñados estamos. No obstante, permanecemos sentados en silencio, viendo cómo las nubes de la tormenta doblan hacia el oeste sobre el desierto.
De golpe penetran en la plaza las dos hileras constituidas por sendos 12 hombres, como un par de palos de oración para cada una de las seis direcciones; los Antílopes, color gris cenizo y blancos; las Serpientes, de café rojizo y negro. La apariencia del jefe Serpiente caracteriza la sombría escena. Su constitución pesada y fuerte y largos brazos, el cabello negro y suelto que le cuelga hasta los poderosos hombros, le dan cierto aire neolítico.
Al término de la fila sigue un niño pequeño. En silencio dan cuatro vueltas a la plaza, en un silencio extraño acentuado por el ligero entrechocar de las calabazas y las conchas marinas. Al pasar cada uno frente al kísi se inclina y da un fuerte pisotón sobre la pochta, la tabla de resonancia que cubre el sipápuni, con el pie derecho. Enmedio del silencio espeso y sombrío, cada pisotón sordo y resonante parece imitar un débil rugido debajo de la tierra que es reiterado un momento después, como los truenos emitidos desde las lejanas nubes de la tormenta.
Es el momento del misterio supremo de la Danza de la Serpiente, la culminación taumatúrgica de la ceremonia de la Serpiente y el Antílope.
En ningún otro lugar es posible escuchar un sonido tan profundo y poderoso.
Indica a los de abajo que los de arriba están cumpliendo debidamente con la ceremonia. Despierta los centros vibratorios en las entrañas de la Tierra, que repiten la misma vibración a lo largo del eje del mundo.
Lleva hasta los cuatro rincones del mundo, para el hermano blanco perdido desde hace tanto tiempo, el mensaje de que no ha sido olvidado y de que debe venir. No es posible confundir su llamado esotérico. Es el llamado obligatorio dirigido a la fuerza creativa de la vida, conocida en otras partes como Kundalini; enroscada, latente, como una serpiente en los centros más bajos de los cuerpos duales de la Tierra y el ser humano, para que despierte y ascienda al trono de su Señor a fin de llevar a cabo la consumación de su matrimonio místico.
El poder.
El poder asciende. Es posible percibirlo en los Antílopes colocados ahora en una larga fila a partir del kísi. Se mecen ligeramente a la izquierda y a derecha, como serpientes, cantando suavemente, y agitan sus calabazas cubiertas con la piel del testículo del antílope al subir lentamente el poder.
Entonces sus cuerpos se enderezan y alzan las voces.
En el mismo momento el jefe Serpiente se agacha frente al kísi. Al volver a incorporarse tiene una serpiente en la boca.
La sujeta entre los dientes con suavidad y firmeza, justo debajo de la cabeza. Con la mano izquierda sostiene la parte superior del cuerpo de la serpiente a la altura del pecho; y la parte inferior en la cintura, con la mano derecha, lo cual es la forma correcta de sujetar una serpiente durante la danza. De inmediato se acerca otro sacerdote Serpiente con un kwáuiki o látigo emplumado de serpiente en la mano derecha, con el que roza la serpiente. Por lo común se le conoce como guía, pues tiene el deber de conducir al bailarín en un círculo alrededor de la plaza. Conforme se alejan del kísi otro bailarín y su guía se detienen para seleccionar una serpiente, y así sucesivamente, hasta que incluso el niño del final baila por primera vez con una serpiente en la boca. Es una gran serpiente de cascabel. La cabeza plana, con aspecto de ave, está apretada contra la mejilla del niño. Todos ponen de manifiesto la misma facilidad relajada al tratar las serpientes como mostraron en la danza con las enredaderas de chayote el día anterior.
Después de recorrer toda la plaza, el bailarín se saca la serpiente de la boca y la coloca suavemente en el piso. Entonces él y su guía acuden al kísi para tomar otra serpiente. Un tercer hombre, el recogedor de serpientes, se acerca al animal suelto, enroscado y listo para atacar. El recogedor lo observa cuidadosamente y no se mueve hasta que la serpiente se desenrosca y rápidamente comienza a cruzar la plaza. Entonces la recoge con gran habilidad, la levanta al aire para mostrar que no ha escapado entre la multitud y la entrega a uno de los Antílopes que cantan en su larga fila. El Antílope alisa el cuerpo ondulante con la mano derecha y sigue cantando.
Así continúa la danza, produciendo una especie de hechizo hipnótico en la tarde cada vez más oscura. No se desprende una emoción espectacular de estos hombres que bailan con serpientes en las bocas. Solo se percibe una curiosa dignidad que revela cuán profundamente están sumergidos en el misterio. Una extraña sensación de poder parece abrazarlos.
Con sonido leve y raro, las conchas marinas llaman a la madre agua para que venga a nutrir la tierra. La canción de los Antílopes describe las nubes que se acercan de las cuatro direcciones y la lluvia al caer. Todos los hopis saben que si no llueve durante la Danza de la Vuelta a Casa de Niman Kachina, la precipitación se producirá con la Danza de la Serpiente. Ha sido consumada la unión de las dos polaridades universales, la liberación de la lluvia mística que alimenta todos los centros psíquicos del cuerpo y renueva el flujo de la vida tanto en el ser humano como en la tierra.
Ha caído el crepúsculo. Terminó la batalla entre los elementos y el cielo está cubierto con nubes bajas. Unas cuantas gotas de lluvia caen de ellas.
Es suficiente.
Acabaron de bailar con las últimas serpientes y un grupo de mujeres está dibujando un círculo de harina de maíz al lado del kísi.
Los Antílopes traen sus brazadas de serpientes y las depositan dentro del Círculo.
Rápidamente los Serpientes recogen todos los animales que pueden cargar y los sacan al desierto, hacia el oeste, el sur, el este y el norte. Ahí son bendecidos nuevamente y liberados para llevar a los cuatro rincones de la Tierra el mensaje de la renovación de toda vida, pues se sabe que las serpientes migran sobre la tierra.
Al volver los hombres cada uno bebe un tazón con un fuerte vomitivo llamado nanáyii'ya. A continuación se colocan en el borde del despeñadero para vomitar. De otro modo, sus vientres se hincharían hasta reventar con el poder, como las nubes. Las mujeres les ayudan a limpiar la pintura de sus cuerpos, y luego vuelven a la kiva para la purificación.
La ceremonia de la Serpiente y el Antílope es la última ceremonia importante en el ciclo anual que comenzó con Wúwuchim, Soyál y Powamu y siguió con Niman Kachina y la ceremonia de la Flauta. Es una ceremonia importante y sutil. Mientras que las primeras tres simbolizan las tres fases de la Creación y las siguientes dos ejecutan de alguna manera el progreso evolutivo sobre el Camino de la Vida, la ceremonia de la Serpiente y el Antílope atraviesa el pasado hasta el presente siempre vivo, y su escenario no es el universo externo sino el cosmos subjetivo de la psique del propio ser humano. Cualesquiera que sean sus significados, y hay muchos para cada uno de los estudiosos, muestra cómo es posible controlar el juego de las fuerzas universales dentro del ser humano y cómo manifestarlo en el mundo físico. El hecho de que esto se haya logrado dentro del marco de algo que suele considerarse como un rito primitivo y animista representa una gran hazaña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario