Tawíyela estaba muy nerviosa y trastornada. Ella buscaba por aquí y por allá el peligro escondido en las sombras de los cerezos silvestres y los retoños de sauce a lo largo del lecho del riachuelo.
Tachínchala, su bebé, apenas tenía unos cuantos minutos de nacido, y el corazón de Tawíyela latía tan fuerte como un tambor de guerra, preocupada por él. Su esposo, Tájcha, también vigilaba, observando lo más que podía desde el acantilado, cuidando a su familia abajo.
"Oh Gran Creador, deseo sinceramente en mi corazón una manera de proteger a mi cervatillo recién nacido," suplicó la madre, mientras lavaba a su bebé con la lengua.
"Tú les ha dado a todos los padres de las criaturas de esta tierra algún tipo especial de protección para sus bebés cuando nacen:
El bebé del búfalo puede correr inmediatamente y ocultarse entre sus padres, tías, tíos y primos en el círculo interior seguro de la manada. Lo mismo puede decirse de los grandes alces, cuyas abuelas suenan la alarma y arrastran incluso a los muy jóvenes a la seguridad. Las ovejas tienen pequeños que puede correr al acantilado más alto casi tan pronto como nacen. Y el bebé del antílope es tan ligero de pie que puede huir con su madre del peligro casi antes de que ella termina de lavar su cara.
Mi esposo y yo tememos por nuestro propio bebé, pues no tiene tales habilidades. El y yo podemos correr y saltar huyendo de cualquier amenaza, pero nuestro hijo es débil y de patas tambaleantes, y no tiene fortaleza para salir corriendo. Oh Gran Creador de todas las criaturas, por favor escucha nuestra súplica y danos alguna manera para salvar a nuestro hijo de quienes quieren convertirlo en comida."
Con esto, el Creador de todas las cosas detuvo lo que estaba haciendo y bajó a la tierra para ver qué podía hacer. Su corazón se había conmovido por los rezos sinceros de la madre ciervo y decidió acoger su pedido.
Se apareció como un gran viento que ahuyentó a todos los depredadores que habían estado escondidos en las sombras. Fueron enviados lejos para que no pudieran ver ni oír ni saber de ninguna forma qué plan idearía el Creador para ayudar a la familia ciervo a proteger a su bebé.
Entonces llamó a Tawíyela y Tájcha y se paró sobre el pequeño Tachínchala, quien acababa de caer en una mata de bayas:
El ciervo padre brincó por los árboles para reunir todos los artículos que solicitaba el Creador, mientras que la madre se quedó resguardando a su bebé. El Creador se inclinó sobre el pequeño bebé que yacía tendido a sus pies. Tomó un inhalación profunda y luego exhaló con fuerza. Los árboles se mecieron con el aliento del Creador. Luego tomó otra inhalación más profunda aún, tan profunda y tan poderosa que aspiró todo el olor de la piel del cervatillo. Ni una sola hoja tembló en el Gran Silencio del Creador, y ni siquiera una brisa minúscula de su aliento volvió a salir de su boca.
Tájcha corrió veloz a través de las cañas del sauce, abriéndose camino entre las ramas secas al lado de los pinos en su urgencia por traer al Creador lo que había pedido. La piel de ante estaba atada alrededor de su cuello, y sus ollas de pintura y bolsas de pigmento en polvo estaban atadas a su rabo, pues sus astas todavía no habían brotado lo suficiente y por lo tanto no podían hacer el trabajo.
El Creador de todo el cielo y la tierra midió al bebé con su gran mano. Entonces tomó un pedazo de piedra de la tierra a su lado y cortó la mullida piel de ante al tamaño. Le indicó a Tawíyela que cortara algunas tiras y le pidió que atara los costados, mientras mezclaba los pigmentos cuidadosamente en las ollas. Tomó un poco de negro del carbón de muchos fuegos, un poco de café de la tierra, un poco de blanco del saquillo del padre, añadiendo un poco de amarillo cremoso y una pizca de rojo sagrado.
Entonces el Gran Pintor dio unos golpecitos con estas pinturas sobre la camisa del bebé. Cuando terminó, pidió a la madre que metiera la camisa sobre la cabeza del bebé para cubrir su dorso y sus costados:
Y por eso el cervatillo viste una camisa moteada hasta que es lo bastante grande y fuerte para que los lobos no se lo puedan comer.
(Cuento Tradicional Lakota
Entonces llamó a Tawíyela y Tájcha y se paró sobre el pequeño Tachínchala, quien acababa de caer en una mata de bayas:
"Este bebé ciertamente necesita ayuda," dijo el Creador.
"Esto es lo que haremos. Tráiganme una piel de ante que sea tan suave como pluma de ganso. Tráiganme sus botes de pintura y también todas sus bolsas de pigmento en polvo."
El ciervo padre brincó por los árboles para reunir todos los artículos que solicitaba el Creador, mientras que la madre se quedó resguardando a su bebé. El Creador se inclinó sobre el pequeño bebé que yacía tendido a sus pies. Tomó un inhalación profunda y luego exhaló con fuerza. Los árboles se mecieron con el aliento del Creador. Luego tomó otra inhalación más profunda aún, tan profunda y tan poderosa que aspiró todo el olor de la piel del cervatillo. Ni una sola hoja tembló en el Gran Silencio del Creador, y ni siquiera una brisa minúscula de su aliento volvió a salir de su boca.
Tájcha corrió veloz a través de las cañas del sauce, abriéndose camino entre las ramas secas al lado de los pinos en su urgencia por traer al Creador lo que había pedido. La piel de ante estaba atada alrededor de su cuello, y sus ollas de pintura y bolsas de pigmento en polvo estaban atadas a su rabo, pues sus astas todavía no habían brotado lo suficiente y por lo tanto no podían hacer el trabajo.
Ofreció los artículos con gran respeto al Creador, cantando conforme lo hacía una pequeña plegaria de gracias:
"Pilámayaye, Wakán Tanka," cantó. "Pilámayaye, Wakán Tanka."
El Creador de todo el cielo y la tierra midió al bebé con su gran mano. Entonces tomó un pedazo de piedra de la tierra a su lado y cortó la mullida piel de ante al tamaño. Le indicó a Tawíyela que cortara algunas tiras y le pidió que atara los costados, mientras mezclaba los pigmentos cuidadosamente en las ollas. Tomó un poco de negro del carbón de muchos fuegos, un poco de café de la tierra, un poco de blanco del saquillo del padre, añadiendo un poco de amarillo cremoso y una pizca de rojo sagrado.
Entonces el Gran Pintor dio unos golpecitos con estas pinturas sobre la camisa del bebé. Cuando terminó, pidió a la madre que metiera la camisa sobre la cabeza del bebé para cubrir su dorso y sus costados:
"Asegúrense de que sus hijos e hijas vistan esta camisa de ahora en adelante," dijo el Creador, "e indíquenles que se queden tranquilos en dondequiera que los pongan, sin moverse ni hacer ruido. Mientras ellos obedezcan sus instrucciones estarán seguros, pues ahora son invisibles para quienes rondan en el bosque, y no tienen olor alguno que los delate ante sus enemigos."
Y por eso el cervatillo viste una camisa moteada hasta que es lo bastante grande y fuerte para que los lobos no se lo puedan comer.
(Cuento Tradicional Lakota
Trad. de Cheryl Harleston)
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