Tan silenciosamente
como las patas de un pequeño conejo,
todos los días sin excepción,
el Hombre Rojo llega
a saludar y a adorar al sol
en su glorioso amanecer.
Y todos los días le hace
la misma petición:
"Antes de que yo juzgue a mi amigo
por favor, déjame utilizar sus mocasines
durante dos largas semanas,
e ir por el camino donde él iba a pisar con ellos".
Seguramente, así podré entender
y no condenar.
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