miércoles, 12 de agosto de 2015

COMO LA GENTE APRENDIÓ A PESCAR, CUENTO LAKOTA

 
Mathó era un oso muy pequeño cuando llegó a este mundo.
 
Nació en una cueva en lo profundo de la tierra, y no era lo bastante grande como para dañar a nadie. Su madre lo llamó Matochikala en el idioma de la Gente.

Cuando su madre despertó de su largo sueño, sacó a Oso Pequeño al brillante sol de primavera.

- ¿Qué son estas criaturas que vuelan alto por arriba de mi cabeza?, preguntó Oso Pequeño.

- Wanblí, -respondió la madre con su voz ronca-. Es del Águila que nosotros aprendemos a vivir nuestra vida con dignidad. Los ojos de Águila son más agudos que los nuestros, así que siempre escuchamos las advertencias que Wanblí envía desde lo alto.
 
La madre de Oso Pequeño lo condujo a través de la pradera de aromas dulces, hasta la orilla de un río donde ella lo enseñaría a beber. El metió su nariz en el agua clara y tomó un sorbo. El choque del agua fría lo puso instantáneamente alerta y vigilante. Muchos años después, cuando él hubiese crecido y rendido honor a su nombre de guerrero, Mathó recordaría su primera bebida. Siempre que necesitaba claridad de pensamiento o viveza para la cacería, él se zambullía en el río para prepararse a sí mismo para la tarea.

Mathó recordaba sus primeros días con afecto, pues su madre había sido una gran maestra. Ella siempre lo protegió y lo guió para que viviera la plenitud de la vida. Ella le enseñó a buscar larvas dentro de los troncos podridos de árboles de abeto. Le enseñó cuáles flores y pastos eran los más dulces, cuáles raíces lo harían fuerte, y cuáles bayas lo ayudarían a engordar para su primer sueño largo de invierno.

Y ella le enseñó a atrapar los peces rojos conforme se estrellaban contra él en el río resbaladizo. La madre de Mathó le mostró un lugar especial entre dos rocas fragosas donde él podía sostenerse.

- Espera con calma y paciencia en este lugar, -le dijo- y las grandes cosas rojas y brillantes saltarán directo a tu boca.

Y así fue que la Gente aprendió a pescar... observando a Mathó y a su madre. A partir de ese momento, Mathó y la Gente nunca pasaron hambre mientras él y sus hermanos pudieran ser vistos pescando en el río.

(Cuento Tradicional Lakota - Trad. de Cheryl Harleston)
 
 

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