viernes, 14 de agosto de 2015

HUICHOLES: COSMOLOGÍA SAGRADA DE LA CAZA DEL VENADO


 
No hay duda que el venado desempeña un papel único y fundamental en la vida religiosa de los huicholes. Si su sangre es la ofrenda principal para los dioses y el medio primario de sacralización de todas las cosas, el venado por sí mismo es una entidad divina que se representa en múltiples versiones y que se evoca en toda clase de ritos.
 
Aquí me limitaré a considerar algunos de los aspectos del venado que subrayan su papel de símbolo dominante, al mismo tiempo que su valor de ejemplo paradigmático para la vida espiritual del individuo que se empeña en la búsqueda de su lugar en el cosmos.
 
Empezaré desde el escenario ritual preeminente donde el venado se ofrece como caza indispensable para permitir a los seres humanos recargar el mundo de esa energía vital que les garantiza la vida sobre la tierra. Ya en este contexto, el de la cacería ritual, surge la profunda ambigüedad de su naturaleza y papel, de tal manera que entre cazador y caza se constituye el enlace de recíproca identificación capaz de intercambiar la posición de los dos términos: el espacio de la cacería está tan cargado de potencias que el blanco final de la acción puede revelarse también como el cazador.
 
Me detendré en seguida en el escenario mitológico, donde el venado es protagonista por excelencia de esas hazañas divinas que dieron al mundo su forma actual. En la cosmogonía recordada en los cantos y cuentos chamánicos, la historia sagrada del huichol, el venado comparece en unas etapas cruciales con la tarea de abrir el camino para algún cambio decisivo; él es entonces el protagonista primario de esas historias que dan razón de los ritos de la cacería, de toda la elaborada ritualidad visionaria del peyote y, en general, del origen del chamanismo.
 
Ya que estos cantos sagrados son unidades constituyentes e indisolubles de los ritos en los cuales se entonan, se pueden considerar como un conjunto de instrucciones esotéricas, pero formales, dirigidas a los participantes, que al mismo tiempo deben de ser consideradas como expresión de la ideología huichol y como sugerencias para la evolución espiritual de los individuos comprometidos en los ritos. El escenario mitológico revela el ethos chamánico que caracteriza en general la vida del huichol y rebota los procedimientos específicos y la perspectiva global del compromiso chamánico.
 
La cacería del venado se efectúa solamente en forma ritual y en circunstancias prescritas, que varían según las tradiciones locales, aunque siempre en preparación de una ceremonia determinada que ocupa a un grupo más amplio, y siempre según un procedimiento estandarizado que implica la segregación de la sección masculina de la femenina en el grupo interesado. Los cazadores se aíslan en el monte, hû'ripa; aún cuando no estén materialmente cazando, están "en el monte", duermen a la intemperie junto a la lumbre y constituyen un grupo exclusivo y segregado. Para todos, los días de cacería quedan sujetos a múltiples restricciones alimenticias y sexuales que gobiernan en la vida biológica y afectan profundamente su estado psicológico.
 
Puesto que se trata de trampear un ser divino, los cazadores deben a su vez subir de nivel y transformarse por lo menos en forma metafórica en esos mismos seres divinos que compartieron junto al venado la escena cósmica primordial.
 
En la noche de desvelo que precede el primer día de cacería, cada cazador prepara su propia flecha ceremonial, que por sus colores y dibujos, resulta dedicada manifiestamente al antepasado divino que lo auxiliará y con el cual él se identifica. Estas flechas, colocadas alrededor de la lumbre ceremonial, anticipan simbólicamente la cacería y la muerte del venado, pero al mismo tiempo son las que llevan los mensajes y los ruegos de los cazadores acerca del éxito personal en la cacería.
 
En la noche de desvelo alrededor de la lumbre, los cazadores esperan la contestación que en sueño los Kakaúyári, los seres divinos, les darán: así que se sabe desde un principio a quien ha reservado la suerte un venado y en cual día de la cacería eso pasará, y se sabe también quiénes son los que por esa vez se podrán beneficiar únicamente en forma directa del éxito de los compañeros. Este ensueño, misteriosamente, es el mismo para todos, una adivinación colectiva e individual al mismo tiempo.
 
Cuando con las primeras luces de la madrugada los cazadores se alejan para tender cada quien sus numerosas trampas, la cacería será mucho más que apoderarse de la pieza. Como efecto de este rito preliminar, los cazadores ahora se han rescatado temporalmente de las limitaciones de su condición humana; el rito los ha emancipado de las necesidades cotidianas, los ha hecho más parecidos a los antepasados sobrenaturales y les ha concedido la comunicación con esos mismos seres. Ahora la cacería es un banco de ensayo de su impecabilidad, siendo que nada más el respeto absoluto de las condiciones rituales permite coronar la hazaña por el éxito.
 
Cabe destacar que en la microsociedad que se ha constituido para la cacería, hay un carácter muy especial en la relación entre el individuo y el grupo. El éxito de la cacería depende de todos; empero el éxito, a su vez, está condicionado por la pulcritud individual. Por otra parte, la caracterización individualista es de lo más fuerte: cada cazador, la flecha ceremonial que ha elaborado, el Kakauyári al cual se ha dirigido, sus trampas particulares y la caza que acaso le toque, son todos términos de una relación tan íntima que se parece más a una forma de identificación. Además  el complejo simbolismo de la trampa, cuyos elementos principales son el nyérika,  la malla destinada a apretar el pescuezo del venado, y la flecha ceremonial que identifica a cada cazador, sugiere la posibilidad de una inversión de los términos: quizá no sea el cazador el que atrape al venado, puede pasar también que sea el venado quien trampee al cazador: el centro de la trampa, el nyérika -un término que puede traducirse como "el rostro, la cara del ser divino"-, puede volverse el blanco en el cual el venado se enrede y encuentre su fin; empero puede. también revelarse como un  diafragma, un umbral decisivo cruzado en las dos direcciones: el venado morirá, pero el cazador se encontrará en la disyuntiva de compartir el destino de muerte de su caza o bien compartir en cierta medida la misma naturaleza del venado y volverse así máraakáme, representante e intermediario del márra, el venado; es decir, el chamán.
 
Por antonomasia víctima sacrificial, el venado conjuga muerte y renacimiento espiritual, sacrificio y metamorfosis, ya desde su forma primordial, la del antepasado. Tamátsi Kaúyumári, que en todas sus aventuras iniciáticas enseña que más allá de cada prueba y cada sacrificio está la realización de esos poderes latentes que son connaturalizados a todo ser.
 
Esta denominación, que denota precisamente el espíritu guía principal de todo máraakáme huichol, corresponde a Nuestro hermano mayor -Ta-mátsi (ka- Padre -Káuye-venado niño -mári-. En cuanto Hermano mayor, expresa el carácter de autoridad asociado al papel característico del varón primogénito en la familia huichol, pero también el carácter igualitario de la relación de solidaridad que une a los hermanos carnales. Como Venado niño, expresa la inmensa reserva de potencialidades implícitas en la infancia y también el anhelo de descubrimiento y exploración del mundo que caracteriza el camino iniciático de este héroe cultural, que precisamente es como Padre seguidor de las huellas del venado, es decir, maestro y guía del camino iniciático de todo chamán huichol. En su forma de plena maduración mística su nombre se completa por fin con téy, Madre, y volviendo Tamástéy Kauyumári funde las opuestas polaridades sexuales y se representa en una única formación del universo completo de las relaciones afectivas primarias de cada menor de edad.
 
En la exégesis formulada por el intérprete huichol al cual debo la gran parte de la materia narrativa que sostiene estas consideraciones, el señor Leocadio López esta distinción entre las dos denominaciones resulta ser muy relevante: Tamátsi, que aun es el protagonista de la extensa épica que cuenta la primera cacería del venado y el primer peregrinaje a la tierra del peyote, guarda un estatuto menor respecto a Tamátstéy, del cual es solamente un aspecto, una personificación particular. Tamátsi es nada más el mensajero e intermediario entre la esfera humana y la divina, mientras que Tamátstéy es el dios sabio, el creador de todo conocimiento.
 
Empero se abre aquí un ámbito de investigación para el cual la distinción entre el misterio religioso y la ignorancia del investigador es muy difícil de averiguar. Sin embargo en la escena del génesis huichol, cuando todavía la obscuridad gobierna en el mundo y la anarquía primordial oprime la vida de los antiguos antecesores, es Tamátstéy a quien se le encarga la tarea de rescatar el sentido de la vida y encaminar el ciclo de las transformaciones cósmicas que culminarán en el primer amanecer y la institución de una sociedad organizada. Este encargo le costará el sacrificio del pene desmesurado que, con una imagen típicamente trickstériana, él lleva a cuestas envuelto en una canasta y que la Bisabuela Nakawé, la Tierra, le reduce a más justas proporciones, simbolizando así esa subyugación de los apetitos biológicos sin control que serían incompatibles con una vida social organizada y con el desarrollo de la civilización.
 
Ahora es oportuno detenerse en la historia de Tamátsi, porque aquí el carácter paradigmático del personaje es muy evidente. Trataré de resumirla en unas pocas líneas.
 
Tamátsi, apenas empieza a dar sus primeros pasos en los alrededores de su casa, pronto encuentra huellas de venado, las huellas que él mismo deja andando y, a pesar de la incredulidad de su mamá, se echa a cazar el venado que cree anda en las cercanías. Caminando en efecto encuentra unas venadas a las cuales tira una flecha, mas éstas, siendo como él dotadas de una doble naturaleza de ser humano y de venado, se le aparecen en su forma humana y lo engañan. Luego de un pleito para recobrar su flecha que ellas le esconden, él se abandona al juego amoroso con las venadas que lo llevan consigo dándole de comer las yerbas de que se alimentan los venados, consolidando así su naturaleza animal. Por fin él las deja y, regresando a su casa en forma de venado, su misma madre lo encierra en un adoratorio doméstico, del cual luego él se sale como ser humano y burla a su mamá que se había ilusionado en haber capturado al animal.
 
Recibe entonces una invitación al templo de los antepasados, pero ésta resulta una trampa que le han tendido para sacrificarlo según sus necesidades rituales. Con la ayuda de un aliado inesperado, el aura, se libera y se apodera de esos instrumentos rituales custodiados en el templo que completan su madurez de cazador. Mas al escaparse, descaradamente va otra vez en búsqueda de las venadas, por lo que los antepasados del templo, que lo van cazando con arco y flecha, al fin lo hieren mortalmente.
 
Tamátsi logra escapar y se aleja hacia el Oriente, aunque al fin muere.
 
El aura volando lo encuentra y empieza a comérselo y así lo despierta de su sueño mortal. Y ahora Tamátsi quiere vengarse y con este fin promulga su intensión de irse en peregrinaje al desierto a Wirikúta. Su venganza se cumple cuando a los antepasados, que por curiosidad o emulación lo han seguido al desierto, les suministra el sagrado makúchi, el tabaco de los chamanes que ellos no pueden aguantar. Él retorna del peregrinaje acompañado únicamente por los antepasados mayores, las otras grandes divinidades, y regresando a su casa celebra la fiesta del peyote, misma que se celebra aún actualmente para concluir los ritos del peregrinaje.
 
La historia del venado es sin duda una metáfora rigurosa de la iniciación chamánica, la cual implica la conquista de los poderes y de los conocimientos solamente por medio de un proceso de muerte y resurrección, pero es también la llave de interpretación ofrecida al peregrino del peyote para entender el sentido profundo del rito, en el cual mucho más a menudo se compromete sin ambiciones chamánicas, si no para alcanzar una mayor armonía en su vida.
 
El enfoque particular se expresa desde el principio en la imagen paradójica del venado que se empeña en la cacería de sí mismo tras sus mismas huellas. Esta ambigüedad esencial del venado es, según mi modo de ver, el reflejo especular de la ambigüedad con que el pensamiento huichol caracteriza también la naturaleza humana que no se quiere ver en contraposición a la del animal, y que al contrario se considera compartir con éste aspectos preciosos, sobre todo la facultad de un perfecto equilibrio con todo lo que lo rodea. Si en los seres animales y en las formas de la naturaleza los huicholes ven a los antepasados de los seres humanos y a éstos les reconocen un carácter divino, ¿por qué no admitir también para los seres humanos el privilegio de la animalidad y la disponibilidad de poderes aparentemente sobrenaturales?
 
Dejando ahora esta pregunta abierta, cabe destacar cómo las etapas de la historia de Tamátsi marcan una serie de etapas sucesivas de autoindividuación: por medio de burlas, venganzas y conflictos, reconociendo lo que es el otro respecto a sí mismo el protagonista construye su propia identidad, el sentido de sí mismo. Sale a la cacería de sí, restablece su integridad sólo después de contraponerse y luego de ceder a la relación con el otro: en el ámbito doméstico (la madre), en lo sexual (las venadas), en lo social (los antepasados del templo), en lo existencial (la muerte al Oriente) y al fin en lo cósmico (el peregrinaje al desierto) el venado ha explorado sucesivamente todas las esferas de la existencia y ha alcanzado así la plenitud del sentido de sí mismo, realizando por este camino lo ya hecho desde un principio, aunque sin la conciencia necesaria para estar él mismo en armonía con su mundo.

 
Fuente: Gonzalez Torres Yolotl
Animales y Plantas En La Cosmovisión Mesoamericana

 

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